sábado, abril 28, 2007

El viejo Colombino comienza ya a ser historia

Lucía radiante la mañana de sábado, de manga corta y sol primaveral. El viejo Colombino mostraba su cara amable, aunque desmejorada y triste, a una decena de periodistas y otros tantos gráficos que nos habíamos reunido en la zona de gol norte, junto a la plaza Houston de Huelva. Allí, cómo no, el alcalde y su equipo de Gobierno, y cada vez más y más vecinos que contemplaban atónitos cómo dos imponentes retroexcavadoras amenazaban sus cincuenta años de existencia.



Yo no viví ningún ascenso del Recre en ese lugar, pero confieso que un escalofrío recorre mi espina dorsal cada vez que oigo los relatos de las vivencias que Josué, Alberto y otras personas allegadas cuentan han tenido en el Colombino. Sin embargo, sí recuerdo la primera y mágica noche del primer concierto de Manuel Carrasco en Huelva (aunque iba con el resto de triunfitos no tuvo desperdicio). Recuerdo lo que quedaba de césped cubierto con un plástico azul celeste y la carrera para llegar cuanto antes al encuentro de Lolo. El escenario, imponente, estaba situado precisamente en esa zona de gol sur, esa misma a la que las excavadoras le hincaron el diente ayer con su febril estruendo de ruina.

Primero la foto de rigor, Rodri subido en la máquina, orgulloso de que, tras ocho años de bloqueo al proyecto de Isla Chica, por fin el Colombino se vaya al garete. Entonces sucedió. La pala destrozó primero un pedazo de valla metálica y del alambre de espinos que rodea al estadio. Implacable, volvía una y otra vez a eliminar ese resto vivo de la historia de Huelva y del Decano del fútbol español. Giré la cabeza y pude ver a un hombre, pañuelo en mano, que se bebía las lágrimas. Me recordó al derribo del Gran Vía, el teatro de mi pueblo que ya tampoco existe.


Unos hacían fotos, otros simplemente contemplaban en silencio la muerte del viejo campo de fútbol. El Colombino se desmoronaba sin oponer resistencia, parecía cansado y esperaba la muerte sin complejos. Tras haber caído buena parte de la techumbre, una de las paredes de azulejos blancos veía por vez primera la luz del sol y revelaba un emotivo mensaje a los cuatro vientos: "¡Viva el Recre!".

Tres meses durará la agonía mortal del viejo Colombino. Después del verano ya no quedará nada del anciano estadio, de sus taquillas vacías y de sus gradas blanquiazules. Después del verano, las noches mágicas y las tardes de fútbol quedarán relegadas al recuerdo, a los relatos de abuelos que contarán a sus nietos que allí vieron crecer al Recreativo de Huelva. Una pena, pero así es el maravilloso mundo del urbanismo.
Fotos: Alberto Domínguez

El cuarto de los juguetes

Durante toda mi vida, la casa de mis abuelos maternos, Mariquita y Antonio, se erigió como mi templo de los juegos de niños. El piso, enorme y enigmático, abría sus pasillos ante mí con la intención de mostrarme el camino hacia el lugar soñado, la habitación de la diversión: el cuarto de los juguetes.

Para que te ahagas una idea, el cuarto de los juguetes era enorme -al menos para mis ojos infantiles- y estaba rodeado en todo su perímetro de un sinfín de cajas de cartón de sabor marinero (aparecía una gamba gigante de 'El Alba'), apiladas en montañas de secretos vestuarios con los que poder hacer realidad cualquier cosa que uno imaginara. Aquellas fantásticas cajas guardaban ropa, zapatos, sombreros... algunos tan antiguos que a una le daba pena usarlos para representar un papel de princesita de barrio mientras jugaba a las casitas. Además, podías hallar tu ropita de bautizo, el traje de boda de tu madre, tu traje de comunión... Todo estaba ahí, encerrado entre esas cuatro paredes de fantasía.

Presidían el habitáculo un almanaque de la Virgen del Carmen y una retaíla de juguetes que parecía no acabar nunca: barbies, barriguitas, nancis, chochonas (tenía una de la feria con el pelo rosa fucsia que era mi favorita), nenucos... Recuerdo a mi hermano Jose vestido de pingüino, ataviado con el marengo traje de casamiento de mi padre y una chistera de sabe Dios quién. ¡Qué buenos momentos aquellos de disfraces sorprendentes! Y luego, a recorres el pasillo, girar a la izquierda hasta "la galería" y continuar todo recto, y volver a girar a la izquierda para llegar al salón de sofás rojos de mis queridos abuelos. Entonces, mi yeye Antonio se echaba unas risas mientras entonaba alguna canción de Carnaval antiguo, porque este disfraz le recordaba a no sé qué comparsa de antaño.

Me gustaba jugar, disfrazarme y cantar mientras tanto. O dibujar en una hoja de papel cuadriculado sobre el suelo helado del cuarto de los juguetes mientras veía el ocaso del sol reflejado en sus paredes beig. Levantar la persiana cuando estaba cerrado, echarle el cerrojo para esconder los secretos, corretear por su espacio hasta caer rendida. El cuarto de los juguetes era mío, y tan nuestro que nunca podrá caer en el olvido. Hacía tiempo que no caía en la cuenta de su existencia, en la de los años dorados que viví entre sus cuatro paredes, de las que ahora queda muy poco. Anoche, en una conversación con Josué, Dona y Ana volvieron a mí todos sus recuerdos. Disfrútalos también tú.

lunes, abril 23, 2007

20 de abril

La luna había cenado sol aquella noche y la madrugada me deparaba una esperanza adormecida, adolescente y cruel. Los ojos marrones de la noche se decidieron entonces a acercarse a mí y encerrarme entre sus manos del destino.

Olía a sal el muelle de Isla Cristina cuando me besaron sus labios por primera vez, olía a cielo azul su boca suave… Era primavera de ‘Spacemen’ y Alburraca, de amor resurgido del fondo del alma.

Pero como dice la canción de Celtas Cortos, “ya no queda casi nadie de los de antes, y los que hay, han cambiado…” y este 20 de abril ha sido tan distinto… La fecha sigue sin embargo marcada a fuego en mis recuerdos de aniversarios felices y sueños rotos de ocaso.

Ahora la recuerdo con nostalgia de lo que pudo ser y no fue, de las sonrisas tiradas a la basura y de los brazos de otras personas que no eran los míos, ni los tuyos. Mi corazón ya no te pertenece, pero sí me queda en la memoria la escena de las luces naranjas del muelle encendido, como aquel beso de la media noche de un 20 de abril del 96.

jueves, abril 12, 2007

Declaración de intenciones

Quiero tener al menos tres hijos,
seguir escribiendo
hasta el día en que me muera.

Quiero ser más inteligente,
más lista y astuta,
más fuerte y altiva.

Quiero una casa cerquita del mar,
pasear por la orilla de la dulce Higuerita,
tener mil cigüeñas en mi campanario
de paredes blancas y lunas dormidas.

Quiero encontrar a un hombre que me ame,
que muera por mí
y me devuelva la vida.

Quiero un poema azul
para mis mañanas,
quiero mil besos en las despedidas.

Quiero que me abracen cien veces al día,
que me canten canciones de amor al oído,
que acaricien mi espalda y me quede dormida.

El principio del fin

Muchas veces construimos castillos en el aire, pensamos que la vida nos sonríe, a pesar de sus constantes zancadillas. Anoche lloré durante horas, como hacía tiempo que no lo hacía...


Guardaba un puñado de sueños
que pensaba compartir contigo.
Te los tenía reservados
en este bolsillo del alma.

Estaba segura,
te había encontrado.

Seis palabras bastaron
en la habitación del eco
para destruir los pilares
de mi castillo de naipes.

He visto la verdad en tus ojos,
el desamparo cruel
del amor que abandona,
irreverente,
tu corazón y el mío.