lunes, octubre 22, 2007

El amargo final con olor a nuevo

Se acabó. Entre mis manos expira el hermoso volumen de la obra más bella de Carlos Ruiz Zafón. Me resistí a empezar, lo reconozco. Me aburrían sus primeras páginas (excepto la maravillosa descripción del enigmático Cementerio de los Libros Olvidados.

Al igual que Daniel Sempere con Julián Carax, volví a encontrarme con sus páginas blanco roto de olor a nuevo. Siempre estuvieron en el fondo ahí, esperándome a que descubriera los misterios de esa Barcelona sucia y febril, de ojos negros y profunda mirada.

Acabar con la lectura de La sombra del viento me ha hecho sentir algo que hacía tiempo que no recordaba: ese amargo sabor que deja en el paladar la certeza de que la historia que te ha acompañado cada noche, de pronto se acaba. Me gustaría que sus personajes, desde la Clara de los primeros capítulos hasta el leal Fermín, siguieran en mi mesilla de noche mil meses más. Eso sí, como mi memoria tiene la deliciosa virtud (disculpen mi falta de modestia) de poder olvidar la esencia de las historias que leo, no pasará mucho tiempo hasta que vuelva a sumergirme en la bruma azul de sus rugosas páginas.

"Un libro que no leas dos veces, no mereció la primera lectura"

domingo, octubre 07, 2007

Te doy una canción

Hoy volví a acordarme de esta maravillosa canción de Silvio Rodríguez, un tema que me acercó hace tiempo Carmelo y que hoy yo, como emisaria de los clásicos, quiero traer para vosotros.

http://es.youtube.com/watch?v=wsqurFQx6p0

Cómo gasto papeles recordándote,
cómo me haces hablar en el silencio
y cómo no te me quitas de las ganas,
aunque nadie me vea nunca contigo.
Y cómo pasa el tiempo,
que de pronto son años,
sin pasar tú por mí detenida.

Te doy una canción
si abro una puerta
y de las sombras sales tú.
Te doy una canción
de madrugada,
cuando más quiero tu luz.
Te doy una canción
cuando apareces,
el misterio del amor.
Y si no lo apareces
no me importa,
Yy te doy una canción.

Si miro un poco afuera
me detengo.
La ciudad se derrumba
y yo cantando.
La gente que me odia
y que me quiere
no me va a perdonar
que me distraiga.
Creen que lo digo todo,
que me juego la vida,
porque no te conocen
ni te sienten.

Te doy una canción
y hago un discurso
sobre mi derecho a hablar.
Te doy una canción
con mis dos manos,
con las mismas de matar.
Te doy una canción
y digo: Patria,
y sigo hablando para ti.
Te doy una canción
como un disparo, como un libro,
una palabra, una guerrilla...
como doy el amor
.

sábado, octubre 06, 2007

Patricia Nogales

Mi despedida de la Nogales ocurrió a deshora. Hace pocos minutos, más bien, y eso que contamos las 5 de la madrugada en este instante. Y no hubo llantos, como si mañana fuera a entrar en la redacción del periódico y volviera yo a vislumbrar sus ricitos morenos bailoteando al ritmo de las teclas del ordenador, como siempre.




Ahora que he llegado a casa, después de una noche de despedida sin adiós, con un simple hasta luego que sale del alma me doy cuenta de que el lunes, cuando aterrice en la vida 'diaria' de este inagotable turno de 10 días posvacacional no volveré a recibir su visita en el poyete de mi ventana, ni a oler el café que rezuma su sonrisa de pequeña muñeca. Tampoco intuiré su reojillo mirando (curiosa) mi panel fotográfico en el que ella siempre tendrá un papel protagonista, siempre a la altura de las circunstancias.




Se va mi Patri, la hermana, de mi lado. Me deja bien acompañada, lo sé, pero su ausencia comienza a pesar en esta noche de despedidas sin pañuelitos blancos adornados de caracolas ni treguas de broma y pamplinas. Se va de verdad de la buena y ahora estoy empezando a asimilarlo.

Se marchan el caminar desgarbado (pero siempre con gracia, que conste) de sus tirabuzones, su colmillo afilado y la palabra precisa. El titular perfecto, la consulta, los mails en las tardes de invierno (y de verano), su pasión por Helenio y Vicente, su complicidad con Justo, su balcón del Matadero con vistas al polo químico, su orden y concierto... su paciencia infinita.


Qué será ahora de esas crónicas educativas, del rector y Manolo Acosta, de la UHU, de los cheques libro, de la selectividad sin que ella nos la cuente y de la pila de libros sobre el escritorio ajado... La silla azul te espera, como te dijera ayer, Pa. La lágrima llega ahora, al recordar la fotografía vespertina de los compañeros, sazonada con el sabor dulzón de esos pasteles exquisitos que tan poco te gustan. Un segundo apenas congelado para el recuerdo.


No voy a adornar más esta despedida, pequeña. Como ya te dije, pienso (espero con fe, por qué no decirlo) que esto no será más que un hasta luego. Tu rinconcito junto a la ventana, con vistas a la ría de Huelva, te seguirá esperando hasta que decidas volver. Sólo deseo que sepas que sin ti, nada será lo mismo.

Mil besos, guapa. Muchísima suerte!