lunes, abril 23, 2007

20 de abril

La luna había cenado sol aquella noche y la madrugada me deparaba una esperanza adormecida, adolescente y cruel. Los ojos marrones de la noche se decidieron entonces a acercarse a mí y encerrarme entre sus manos del destino.

Olía a sal el muelle de Isla Cristina cuando me besaron sus labios por primera vez, olía a cielo azul su boca suave… Era primavera de ‘Spacemen’ y Alburraca, de amor resurgido del fondo del alma.

Pero como dice la canción de Celtas Cortos, “ya no queda casi nadie de los de antes, y los que hay, han cambiado…” y este 20 de abril ha sido tan distinto… La fecha sigue sin embargo marcada a fuego en mis recuerdos de aniversarios felices y sueños rotos de ocaso.

Ahora la recuerdo con nostalgia de lo que pudo ser y no fue, de las sonrisas tiradas a la basura y de los brazos de otras personas que no eran los míos, ni los tuyos. Mi corazón ya no te pertenece, pero sí me queda en la memoria la escena de las luces naranjas del muelle encendido, como aquel beso de la media noche de un 20 de abril del 96.

1 comentario:

Patriice dijo...

El territorio de lo que pudo haber sido y no fue, es hermoso, doloroso y peligroso a la vez. Por eso Javier Marías (y disculpa que sea tan pesada) insiste tanto en que somos incluso aquello que no hemos sido nunca. Y lo peor es que lo que no fue cuenta con el beneplácito de las posibilidades, cómo, cómo podría haber sido? Yo me reconcilié con el pasado un 26 de agosto de 2006. Y aquel primer abrazo en una callejuela aznalcollera fue como volver a casa. Como si durante mucho tiempo (demasiado quizá o tal vez no) hubiera ido por un camino paralelo que no era el mío. Sólo que cuesta mucho darse cuenta de eso. Toda historia tiene su comienzo, su espera y su silencio final, pero a veces algunas se quedan colgadas de las agujas del tiempo, como cuando el ordenador se queda pillado y el reloj de arena, permanentemente trabajando, no desaparece nunca de la pantalla. Es difícil (yo creo que imposible) deshacerse de las historias inacabadas, pero se puede aprender de ellas y disfrutar, mientras uno mira llover por la ventana, de su despliegue de posibilidade.