viernes, mayo 11, 2007

Los diez segundos más intensos de su vida

Era un día cualquiera de cualquier mes de primavera. Se había levantado y sin desayunar había puesto rumbo fijo al trabajo. "Otra vuelta a la rutina, de nuevo lunes", se dijo. La mañana transcurría con normalidad hasta que ocurrió algo, un destello de regreso al pasado, una aparición con nombre propio que la dejó sin voz durante varios minutos.

Caminaba él, un pasado amor al que dió por imposible, por la acera de enfrente. Camisa amarilla, vaqueros grises y carrito en mano (el susodicho trabajaba en Correos), avanzaba por la calle con pisada firme hacia el museo.

Entonces recordó lo feliz que llegó a ser entre sus brazos, fuertes y rudos como su espalda ancha. Los recuerdos hirientes regresaron desde Dios sabe dónde a desmoronar su entereza de mujer madura.

Quiso gritar su nombre y no pudo. Quiso correr a su encuentro, pero desde la otra orilla de la calle el maldito peatón luminoso estaba en rojo. En un alarde de valentía pensó: "ahora se abrirá el semáforo, le sorprenderé por la espalda y le preguntaré qué tal le va la vida".

Pero el semáforo se hizo eterno, su valor se quedó tan pequeño como el amor que nunca tuvieron y cada uno siguió su camino. Direcciones opuestas. "¿Para qué tentar al destino?". Y le dejó marchar, sin más, sin remordimientos. Prefirió guardarse en su corazón herido por lo que pudo ser y no fue, "los diez segundos más intensos de mi vida"...

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