Bueno, empiezo por el principio. Ayer fue un día extraño. La resaca electoral nos dejó a todos mal cuerpo, un cansacio tremendo difícilmente descriptible para el que no trabajara el domingo en el periódico, con los nervios en la barriga durante el avance del escrutinio (parecía una final de OT o Gran Hermano, pero a lo bestia; 72 pueblos en Huelva, 72 finales) y la salida del trabajo a las tres de la madrugada. Nunca olvidaré mi titular: "Vuelco electoral en Isla Cristina", ni la triste voz de Paco Zamudio (que fuera alcalde andalucista de mi pueblo con mayoría absoluta en 2003 y durante 12 años) y la rimbombante alegría de María Luisa Faneca (nueva alcaldesa del PSOE, con mayoría absoluta también ella).
Y el hambre de después. No sé si lograréis imaginarnos a Josué, Inma Gallego, Rosa Font, Dona y Ana Vives buscando como locos a esas horas un lugar en el que comer. Todo cerrado señores. Domingo de Pentecostés y 27-M, demasiado para el cuerpo. Cenamos por fin en una gasolinera, en la que su "gasolinero" tuvo a bien calentarnos y puñado de bocatas de lomo embuchado, lomo y bacon, pasarnos unas cervezas fresquitas y permitirnos fumar en plena estación de servicio. No faltó ni la Policía a tan señalada cita. Claro, los hombres vieron allí demasiado movimiento para las horas que eran y se acercaron a echar un vistazo. (De izquierda a derecha, yo con los fritos, Rosa, Ana, Inma oculta y Dona. Josué hizo la foto)

En fin. Que ayer, día de resacón y análisis postelectorales, llegamos a casa con ganas de ver una película. Haciendo un zapping nos topamos con '¿Conoces a Joe Black?'. La habéis visto? Me parece maravillosa, pero es tan tan tan triste... Le advertí a Josué que al final de la peli lloraría. Me ha pasado ya en varias ocasiones, pero parece que el ser humano es masoquista.
Y efectivamente, lloré. Como una Magdalena. Era para verme. Pero es que siempre me ha obsesionado el tema: la muerte. No quiero desvelar más detalles para aquéllos que no la hayáis visto. En fin, al grano. Que lloré y lloré a moco tendido hasta el punto de contagiar a Josué. Entonces nos miramos y empezamos a reírnos a carcajadas, pero sin dejar de llorar. Extraña sensación. No la había experimentado antes, por eso os cuento esto. Nos reíamos porque nos sentíamos ridículos, creo. O tal vez no. Os lanzo una pregunta: ¿alguna vez habéis llorado y reído al mismo tiempo?