sábado, abril 28, 2007

El cuarto de los juguetes

Durante toda mi vida, la casa de mis abuelos maternos, Mariquita y Antonio, se erigió como mi templo de los juegos de niños. El piso, enorme y enigmático, abría sus pasillos ante mí con la intención de mostrarme el camino hacia el lugar soñado, la habitación de la diversión: el cuarto de los juguetes.

Para que te ahagas una idea, el cuarto de los juguetes era enorme -al menos para mis ojos infantiles- y estaba rodeado en todo su perímetro de un sinfín de cajas de cartón de sabor marinero (aparecía una gamba gigante de 'El Alba'), apiladas en montañas de secretos vestuarios con los que poder hacer realidad cualquier cosa que uno imaginara. Aquellas fantásticas cajas guardaban ropa, zapatos, sombreros... algunos tan antiguos que a una le daba pena usarlos para representar un papel de princesita de barrio mientras jugaba a las casitas. Además, podías hallar tu ropita de bautizo, el traje de boda de tu madre, tu traje de comunión... Todo estaba ahí, encerrado entre esas cuatro paredes de fantasía.

Presidían el habitáculo un almanaque de la Virgen del Carmen y una retaíla de juguetes que parecía no acabar nunca: barbies, barriguitas, nancis, chochonas (tenía una de la feria con el pelo rosa fucsia que era mi favorita), nenucos... Recuerdo a mi hermano Jose vestido de pingüino, ataviado con el marengo traje de casamiento de mi padre y una chistera de sabe Dios quién. ¡Qué buenos momentos aquellos de disfraces sorprendentes! Y luego, a recorres el pasillo, girar a la izquierda hasta "la galería" y continuar todo recto, y volver a girar a la izquierda para llegar al salón de sofás rojos de mis queridos abuelos. Entonces, mi yeye Antonio se echaba unas risas mientras entonaba alguna canción de Carnaval antiguo, porque este disfraz le recordaba a no sé qué comparsa de antaño.

Me gustaba jugar, disfrazarme y cantar mientras tanto. O dibujar en una hoja de papel cuadriculado sobre el suelo helado del cuarto de los juguetes mientras veía el ocaso del sol reflejado en sus paredes beig. Levantar la persiana cuando estaba cerrado, echarle el cerrojo para esconder los secretos, corretear por su espacio hasta caer rendida. El cuarto de los juguetes era mío, y tan nuestro que nunca podrá caer en el olvido. Hacía tiempo que no caía en la cuenta de su existencia, en la de los años dorados que viví entre sus cuatro paredes, de las que ahora queda muy poco. Anoche, en una conversación con Josué, Dona y Ana volvieron a mí todos sus recuerdos. Disfrútalos también tú.

1 comentario:

ad dijo...

Me trae recuerdos de la infancia donde la tercera y cuarta planta de aquel bloque del barrio de El Molino de la Vega, se convertía en ‘mi cuarto de los juguetes’. Mis mejores años, mis mejores recuerdos...
La casa de Marifé, José Luis y mi “abuela” Paquita, era la continuación de la casa de mis padres. Si no estaba en una, estaba en otra, jugando e ideando cualquier cosa. Recuerdo que José Luis nos enseñaba el arte de la confección. Sacaba esas enormes bolsas de ‘Almacenes Arcos’, las abría y con un rotulador y unas simples tijeras nos hacía unos maravillosos trajes.
Al igual que a ti, me encantaba disfrazarme y cantar. Fíjate que mi padre me fabricó un micrófono con todos sus perejiles. Me subía a mi sillita verde de nea, enrollaba el cable del micro en mi mano, como si fuera Massiel o Betty Missiego y me ponía a cantar. Lo cierto es que me encantaba, reír, cantar, disfrazarme y, como no, hacer alguna de mis típicas diabluras.
Aquellos años fueron maravillosos, era como tener cuatro hermanos más, una abuela maravillosa y unos segundos padres, y un gran cuarto repleto de jueguetes y recuerdos.
donatella