La estampa navideña en mi casa solía ser divertidísima. Primero la exquisita cena preparada por mis padres (manos de santos que tienen los dos). El postre, la charla y... la música.
La música siempre estuvo presente en nuestras noches buenas. Primero, de entrada, el villancico de mi abuela María, que hablaba de una madre de nombre homónimo que buscaba una cunita para dormir a su hijo. Imposible arrancarlo de la memoria. Poco a poco nos íbamos animando. Mi abuelo no tardaba en coger un par de cucharas y un cuchillo para inventar un maravilloso instrumento con el que acompañar la melodía. Luego llegaban la guitarra, los villancicos de Lepe, mi abuela con la baba caída cuando cantábamos María la Portuguesa y mi abuelo marcando ahora el ritmo, repiqueteando con los nudillos en la mesa.
Lo de mi abuelo era el ritmo. Trabajó durante años como batería de una orquesta, antes de convertirse en maestro redero, profesiones ambas que a mí siempre me parecieron fascinantes. De ahí que todos le llamaran Antonio 'el jamba' (el jazz-band, pero en isleño). Mi abuela María contaba unas historias preciosas, de pobres y ricos, de gente buena, de sonrisas y llantos...
Cómo los hecho de menos en esta nostágica tarde en que las luces anuncian la presencia de otra Navidad en que siguen faltando los que ya no están y las fiestas en casa jamás serán lo mismo.
1 comentario:
Es cierto que la Navidad, especialmente, sirve para recordarnos que hay gente que ya no está. En mi casa, la Nochebuena también era de los mejores días, de los más esperados. Especialmente recuerdo una mañana de Navidad, en la que desayunando sobre la mesa grande montada la noche anterior para la cena, mis abuelos paternos comenzaron a reir y a reir sin parar. Ya no recuerdo muy bien por qué, pero tengo sus dos rostros clavados riendo abiertamente. Ninguno de los dos está ya, como tampoco está mi otro abuelo, ni mi tita frita (ya te explicaré el mote) y se echan mucho de menos... la Navidad nunca volverá a ser lo que fue, pero desde hace dos años mi pequeña princesa Paula da su particular toque, transforma esa noche, en la que vuelve haber biberones encima de la mesa, aunque lo que más le gusta es el jamón, no creas... besos y Feliz Navidad!
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