Dorothy
emprende el camino
y pisa con fuerza
las baldosas amarillas.
Se adentra en el bosque.
Dorothy quiere volver a casa
y descansar
y vivir
y morirse tranquila.
Pero Dorothy
tiene que buscarse primero.
Tiene que encontrarse.
Tiene que posar ahora un pie
y luego el otro,
impulsar el siguiente
para que el Mago de Oz
le enseñe
lo que, en realidad,
le mostrará el camino.
Y cuando la niña
de zapatos de rubí
llegue al final y entienda
que todo
que todo
está en su mano,
que no hay magia
en el universo
más tremenda
que la suya propia,
comprenderá entonces
que ya no es la misma:
será una Dorothy distinta,
grandiosa,
que quizá no se afane
en regresar a casa,
descansar
y vivir
y morirse tranquila.
Sino en seguir caminando
y, con cada paso,
devolver la luz
a las estrellas
que se apagaron
un día,
cuando la niña
se había perdido
en el camino
de baldosas amarillas
y solo pensaba
en descansar
y vivir y morirse tranquila.
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