sábado, marzo 15, 2008

Mari Luz Cortés

Hace mucho tiempo que no escribo. Lo cierto es que me ha absorbido tanto mi trabajo que poco tiempo me ha quedado para dedicarle un ratito al blog. Espero sepan perdonarme. Los dos últimos meses han sido bastante tristes, a la vez que apasionantes en el plano laboral. Pero no voy a desmenuzar todo lo que el destino me ha deparado desde que el 14 de enero me plantara en la barriada de El Torrejón minutos después de que me levantaran de la cama para comunicarme que una pequeña gitana de cinco años faltaba de su casa desde la tarde anterior.


Ahora que sabemos el final de la historia, podemos entender que aquel día Mari Luz Cortés ya había perdido la vida, según los datos que han trascendido de las autopsias que se han realizado al cuerpo de la menor. Sin embargo, nadie escatimó esfuerzos en aquellos días para buscarla hasta debajo de las piedras, por las azoteas, en las marismas (donde finalmente parece que arrojaron su cadáver), por la ría del Tinto (donde apareció flotando su pequeño cuerpo en la fatídica tarde del 7 de marzo), en las alcantarillas, por los pueblos, en Italia, en Portugal, en Francia....

Cada noche de las 54 que Mari Luz (mi niña pequeña ya, a pesar de que nunca la conocí en persona) faltó de su camita con colcha de las princesas de Disney soñé con rescatarla de las manos pestilentes de sus captores. Uno de esos sueños fue tan real que me desperté creyendo que realmente la había rescatado. Mi mente me hizo creer que Josué y yo, pertrechados con nuestros corresponientes cuadernos, bolis y cámara, descubríamos en medio de un bosque de pinos una extraña cabaña de madera en cuyo interior oímos cómo una niña lloraba y llamaba a sus padres. Los dos nos mirábamos y decidíamos empezar a hacer ruidos en el exterior para que el malvado hombre que la retenía la dejase en paz por un momento. Esa fue la tarea de Josué y tuvo fácil asestarle un buen golpe a ese cabrito en la cabeza. Yo corrí al interior de la casa y rescaté a Mari Luz, que todavía vestía su falda vaquera, sus leotardos rosa y su jersey fucsia con estrellas del día en que desapareció. Ella me miraba con sus inmensos ojos marrones. Estaba asustada y yo me la comía a besos mientras intentaba tranquilizarla, decirle que sus padres, tíos, hermanos, abuelos... que toda Huelva la estaba esperando en su barrio y que ya nada malo podía ocurrirle. Cuando llegábamos a El Torrejón en mi sueño, aquello era una fiesta y, por un momento, fui feliz.


Pero los sueños, sueños son. No pude hacer nada por salvar a esa pequeña a la que he visto bailar en vídeos con ese duende que sólo tienen los gitanos desde chicos. No me torturo, no. No lo he podido hacerlo yo, ni nadie. Pero siempre me quedará una ligera opresión en el pecho, una angustia irremediable al ver la sonrisa hermosa de Mari Luz Cortés y el desgarro que su asesinato ha producido en el alma de sus seres más queridos.

Lo más cerca que estuve de pensar que realmente estaba viva fue la tarde en que Juan José (el padre de Mari Luz) me habló de una niña de cinco años que había aparecido en Nápoles. "Nadie la ha reclamado", me dijo por teléfono y yo casi podía verle en los ojos la ilusión, las ganas de partir, de que la noticia se confirmara y de que su Mari pudiera regresar a casa sana y salva. Al día siguiente cogía el primer vuelo a Roma, pero no sería hasta dos días después cuando pudo llegar, por fin, a Nápoles. Ni siquiera le dejaron verla. Tuvo que conformarse con ojear una foto de la pequeña y, cuando comprobó que no era su hija, regresó derrotado (como todos nosotros en el fondo) de nuevo a Huelva.



Todo estaba preparado para celebrar un gran concierto benéfico el 8 de marzo. La recaudación iría a parar a la cuenta a nombre de Mari Luz, un dinero que serviría para pagar a los detectives privados. Estaba en el periódico y todavía no eran ni las seis de la tarde. Carmen, la chica de la Asociación Romano Drom que organizó el recital, me explicaba que al final Triana se había caído del cartel y que se habían vendido unas 3.000 entradas. Justo al colgar, el director, Antonio Castro, daba un grito y me decía "¡Corre, vete al Muelle del Tinto que ha aparecido una niña muerta!". Recé durante todo el camino para que no fuera ella, y eso que yo no rezo NUNCA. Le pedí a Dios, sea cual fuere, que no se tratase de Mari Luz.


El muelle era un hervidero de policías y guardias civiles. Todo blindado. Nadie hablaba. Era Mari Luz. Ni siquiera pude emocionarme al saberlo. He comprobado a lo largo de mi vida que es algo que suele pasarme cuando recibo una noticia dura. Yo, que lloro a diario, no soy capaz de soltar una lágrima. Simplemente, no me lo creo. Lo peor era pensar en su familia, que aún no sabía nada. Pensaba en todos ellos, en todos esos gitanos con los que he convivido durante 54 días, a los que he escuchado, con los que me he peleado, a los que he abrazado, aconsejado, besado, apoyado... Pensaba en sus padres y en sus hermanos. Pero yo sabía que si alguien me iba a romper el alma, ése sería su abuelo, Juan Cortés. Ha sido con el que he mantenido una relación más estrecha, todos los días hemos hablado por teléfono, me ha contado muchas cosas que he publicado (y otras tantas que no). El día antes de que apareciera el cuerpo de Mari Luz, Juan y su mujer, Mari Luz también, me pidieron que preguntara por una vidente seria y buena de Isla Cristina. Ya nos sabían qué más hacer para encontrar a su nieta.

Era las 19.20 y el sol se derrumbaba sobre el horizonte de la ría del Odiel. Decenas de periodistas nos agolpábamos a las puertas del muelle de Levante. Empezó a llegar la familia. Y yo, ni una lágrima. Las tenía reservadas todas para Juan y Mari Luz, para los abuelos. Fue ver a Juan despotricando, criticando a gritos a la Policía, maldiciendo desesperado, llorando, y me derrumbé. Luego nos fuimos todos al tanatorio y el resto de la historia ya se sabe.



Ojalá algún día nos enteremos de qué pasó con la gitanita guapa de su abuelo Juan. Ojalá la justicia ponga a sus asesinos donde tienen que estar (porque pienso que fue más de uno debido a la versión del testigo clave del caso, con la que he sido la única persona que ha conseguido hablar aparte de la policía: http://www.huelvainformacion.es/article/huelva/39108/quotun/hombre/metio/mari/luz/coche/mientras/ella/pataleabaquot.html)


Desde aquí, besos de luto para Juan José, Irene, Juan José Jr., Daniel, Juan, Mari Luz, Diego, Francisco Valentín, Pere, Bibi, Manuel David, Vicente, Carmen, Luis... Ojalá esta pesadilla hubiese tenido, como mi sueño, un final feliz. Fotos: Josué Correa / Alberto Domínguez/ Espínola

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