viernes, marzo 21, 2008

Se llamaba María

Tenía los ojos negros y el alma llena de amor. Hoy hubiera cumplido 75 años. Se llamaba María Cortés Martín y para los suyos era y sigue siendo (en la inolvidable impronta que dejó en todos nosotros) un soplo de aire fresco con sabor a primavera.

Con los bolsillos cargados de historias, no había lugar para el aburrimiento junto a mi abuela. Las agujas del reloj se detenían educadamente para que ella abriera el baúl de los recuerdos y nos trajera los sinsabores de la guerra, tiempos de uvas pisadas en una barrica con los pies desnudos en el almacén de madera de mi bisabuelo, José Cortés... historias de solidaridad y hambruna en torno a la chimenea de una enorme casa vieja que nunca conocí en su estado original pero que podía recorrer en mis sueños con los ojos cerrados. Se explicaba tan bien, comunicaba con tal arte lo que sentía, sus vivencias, que no había que hacer un gran esfuerzo para disfrazarse de Alicia y a lomos de la imaginación por su país de las maravillas.

Mi abuela no era una mujer misteriosa, todo lo contrario. Era clara, sencilla, simpática. Tenía una sonrisa que embaucaba hasta al más pintado y una preciosa naricilla flanqueada por dos bellos pómulos altos. Su voz no era de abuela, sonaba a joven. Y es que María era mucha María. "Seguro que no conoces a una abuela más moderna que yo", me retaba cada vez que me echaba un piropo si aparecía con los pelos pintados de colores o con los pantalones como un colador.

A mi abuela le gustaba que cantáramos con ella en el coche en el que después perdería la vida, un citroen BX en color crudo del que todavía no he podido olvidar siquiera el olor. A mis hermanos y a mí nos encantaba que se montara en el coche con sus kilitos de más y los amortiguadores se resintieran y la distancia entre los bajos y el suelo se rebajara considerablemente. Me enseñó 'Juanito subió a la valla', un villancico hermosísimo que hablaba de la cuna del niño Jesús y otras tantas coplillas. Siempre me pedía que le cantara 'María la portuguesa', era su favorita, y adoraba que mi padre cogiera la guitarra y se arrancara a cantar.

Su devoción por la Virgen de la Bella era absoluta, como buena lepera. Mi madre aún conserva los dos retratos de la Patorna de Lepe coronada y sin corona que se reflejaban antaño en los enormes espejos del ropero de su habitación.

Mi abuela vestía blusones de flores (siempre a la moda, que conste) y adoraba los bolsos y los pendientes de clic (a conjunto siempre). Tenía el pelo negro color azabache, rizado, y solía recogérselo en una coleta muy estirada que luego remataba con un chorreón de laca. Le gustaba pintarse y echarse Agua Lavanda Puig. Eso lo hemos heredado de ella mi madre y yo. Recuerdo su rizador de pestañas sobre la peinadora beige, sus collares de colores y el mal rato que pasó cuando unos desalmados le robaron el oro que tenía en su casa y que quería que yo heredara.

Mi abuela no tenía maldad, no la conocía. Era un pedazo de cielo.

Mi herencia fueron sus fotos y sus maneras. Instantáneas en blanco y negro, polaroids, retratos de una guapa y bondadosa mujer que se atrevió antes que nadie a vestir pantalones, a montar en moto y a acompañar a mi abuelo por todas partes con su orquesta (él tocaba la batería). Era muy hermosa, como lo fue en sus últimos años de vida, por dentro y por fuera.

Mariquita Cortés amaba a su marido, mi abuelo Antonio, con una fuerza que yo no he vuelto a contemplar en ningún ser humano, sin condiciones. Y lo mejor es que mi abuelo le correspondía de igual modo. Rara vez les vi pelearse y siempre, siempre, siempre iban juntos a todas partes, como se fueron juntos en aquella tarde de noviembre.

En un día como hoy, me hubiera encantado coger el teléfono, marcar el inolvidable 33 13 88 de su casa y decirle que la quiero, que me hubiera gustado que soplara muchas velitas más a mi lado y me siguiera acariciando la espalda en las noches frías como sólo ella sabía hacerlo, con las manos y el alma llenitos de amor. El único consuelo es saber que sigue viva en nosotros y en este puñado de letras que es un anticipo de todo lo que le debo y que ahora quiero compartir con el mundo. Era un ser excepcional y no se merece menos.

1 comentario:

marichelo dijo...

¡Qué bonito hija, me imagino a tu abuela emocionándose más que yo al leer tus hermosas palabras. ¡Qué orgullosa estaría viéndote trabajar en lo que siempre te ha gustado!. Gracias por recordarme tantos momentos vividos con ellos.