domingo, junio 04, 2006

Vacío

La inspiración llega, la mayoría de las veces, de imprevisto. Una imagen grabada a fuego en el recuerdo se transforma sobre el papel para convertirse en presente y mantener con vida lo vivido. Cada vez que releo este poema, que ecribí hace ya mil años (expresión que uso últimamente para referirme a mis vivencias en Isla Cristina), recuerdo mi sombra sobre el acerado del parque mientras me bebía las lágrimas por no sé qué agravio sentimental del que no quiero acordarme. Un día se la dejé leer al mejor profesor que he tenido nunca -ése con el que no sólo se aprende lo que hay en los libros, sino cómo es la vida- y se enamoró de este puñado de versos. Hoy he desenterrado mis recuerdos para ti, Eduardo. Espero que te guste saber que este poema siempre, se publique donde se publique, estará dedicado a ti, y no a quien se lo escribí. Ahí va.

A Eduardo Alonso


Por las sombras del parque
camina la loca.

La cabeza baja,
encogida, desnuda,
la loca camina sin camino cierto.

Su mirada se vuelve
de un lugar a otro,
perdida en la nada.

La loca tiene el alma deshecha
y el corazón envuelto
en trapejos de esparto.

No piensa ya casi,
o piensa demasiado.
Las entrañas lleva
liadas en la boca,
dejándola muda.

Por las luces del parque
camina la loca,
por la tristeza ámbar
de las farolas grises.

Desde lejos un grupo de niños
le grita: "¡Ahí va la loca!"
Y la loca no llora.
Tiene las lágrimas gastadas
de amargura.

La loca camina con el cuerpo descalzo,
los ojos secos
y el corazón roído.

La loca, por un cruce de caminos,
se marchita en las noches
vacías de invierno.

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