Tan pequeña,
tan frágil a ratos,
tan tierna
en los brazos
del sofá tan nuestro.
Me miras,
Amelie,
no me quitas ojo
y ya no sé qué más contarte.
Se me acaba el argumento.
Porque tienes toda la razón:
son malos tiempos para los soñadores.
Esperaré la lluvia
como un milagro
de mañana.
A él lo buscaré en algún fotomatón
A él lo buscaré en algún fotomatón
perdido por el mundo,
lo hallaré
recogiendo (tal vez)
los pedazos
de mi corazón
desparramado.
O quizá llegue,
así sin esperarlo,
cuando la esperanza
esté desvanecida.
Y quizá llame a mi puerta
y me encuentre frente a frente.
Lo besaría entonces,
Amelie.
En el cuello,
en los ojos
y en la comisura de la boca.
Y cerraría la puerta
para que nunca se marchase.
Entretanto,
Amelie,
toca viajar
por mundos ficticios,
como ese enano
de jardín
que te escondes bajo el brazo.
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