Siempre, siempre, siempre
estás ahí.
Como el zumbido
feroz de un mosquito
impertinente.
Siempre estás.
Presente
por encima de mí,
de mis cosas,
mis deseos,
mis dudas
o mi ser cotidiano.
Irrumpes siempre
como un mosquito
impertinente
que me impide
besar
o me salva
de todos
los males del mundo.
Y sigues aquí.
Sin más,
con descarada presencia
y sudor en las garras.
Y esta noche,
principito,
hasta pena
me doy
por esperarte
tanto.
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