He rebuscado en el pasado.
No me ha quedado más remedio.
La sensación ha sido extraña,
como la de una foto a contraluz
en la que todo parecer formar parte
de un mundo onírico.
Quizá fue un sueño.
O una pesadilla.
He vuelto a reencontrarme
en aquellas imágenes
con tu paso firme,
tu boca inquieta,
tu ojera, los nervios,
los micros y las luces,
las sombras, la maldad, el llanto...
la injusticia.
La más terrible de las injusticias.
Y me ha asolado el vértigo.
Fui testigo de la barbarie
y, en medio de todo
y sin darme cuenta,
fui capaz de enamorarme.
Cómo puede ser posible.
Ahora toca repasar el dolor,
revolver los escombros
de la miseria humana,
volver a escribir
sobre todo aquello
en una celebración amarga
que me reencuentra
con mis miedos
y con tu pesar eterno.
Yo, entretanto, me siento
como aquel pino inclinado
a contraluz,
sin recordar si algún día
estuve de pie
antes de troncharme
antes de troncharme
o si me levanté
después del derribo.
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