Con la brisa helada
del Hudson,
en esta pequeña playa
a orillas del puente
de Brooklin,
te esperaba sentada
mientras temblaba de frío.
Imaginaba tu abrazo
cálido y por sorpresa
mientras disfrutaba
del skyline
de la ciudad irreverente.
Entonces tu boca
me plantaba un beso.
Y hacíamos planes
y siempre había un mañana
para nosotros.
Un hogar y un sueño
sin dueño, con palomas
que revoloteaban
por los cielos
de las estaciones de metro.
Nueva York
era más hermosa entonces.
Me he topado con el 6 del 9
tantas veces en este viaje
que saboreé las señales
y pensé que el destino
no podría ser tan cruel
ni tan amargo.
Te sentí tan cerca
y te pensé tanto
que me duelen las manos
de apretarte.
Pero no.
Muy al contrario.
Te siento ahora
más lejos de mí
que nunca.
Me sentaré a orillas
del Hudson esta noche.
Y contemplaré
sin tapujos
un futuro
que ya no espera nada.
Un futuro sin
tu abrazo
ni tus besos,
sin sorpresa
ni destino
plagado de señales
que apunten
sin rubor a tu nombre.
Feliz 2018.
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